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Lina, la Hormiguita de la Almohada

  • Writer: Kik Garzia
    Kik Garzia
  • May 17
  • 2 min read

Debajo de una almohada mullida, tibia y olorosa a sueños de chocolate, vivía Lina, una hormiguita diminuta con una risa contagiosa y un corazón más grande que una canica.


Lina era una hormiga obrera, de esas que en el mundo real levantan hasta cincuenta veces su propio peso y trabajan en equipo. Pero ella tenía algo especial: además de ser fuerte, ordenada y muy trabajadora, era tremendamente divertida. Contaba chistes mientras cargaba migajas, imitaba a los humanos con vocecita chillona, y hacía reír hasta a los escarabajos más serios.


Lina no vivía en un hormiguero común, de tierra o madera. No. Su hogar era una almohada suave, ubicada en la cama del niño más feliz del mundo: Mateo. Desde que nació, Lina había vivido allí, entre hilos de algodón y sueños coloridos.


—Esta almohada es mi casita, —decía con orgullo—. Siempre está calientita, huele a risas y tiene una energía tan linda que me despierto bailando.


Cada noche, cuando Mateo dormía, Lina salía a trabajar: organizaba migas que caían del pan del desayuno, pulía una semilla de girasol como si fuera un sofá y contaba cuentos de aventuras a las partículas de luz.


Pero su parte favorita del día era cuando Mateo se reía en sueños. A veces hablaba dormido, y Lina escuchaba palabras como “te quiero, mamá”, “quiero ser astronauta”, o “¡un perrito volador!”. Eso llenaba su corazón de hormiga de una alegría que ni diez montañas de azúcar podían igualar.


Lina tenía que cruzar cada mañana el "tráfico humano", esos caminos de sábanas arrugadas, peluches gigantes y calcetines en zigzag. Pero en vez de estresarse, se reía a carcajadas:


—¡Atención, atención! ¡Se reporta un tapón de peluches en la carretera del colchón! —decía imitando a un reportero, y todos los insectos reían.

Una noche, mientras Mateo soñaba con dragones de colores, Lina le dijo al peluche viejo:

—Creo que nací justo aquí, debajo de esta almohada, porque Mateo es el niño más feliz del mundo. Y su felicidad... se me metió por las antenitas.

El peluche asintió. Todos en el colchón sabían que cuando alguien vive cerca del amor y la risa, se contagia de esa magia. Así le pasó a Lina: su vida era simple, pero rica en cariño.


Un día, Mateo encontró a Lina caminando cerca de su cuaderno. En vez de asustarse o gritar, la observó con ternura. La hormiguita lo miró, levantó una patita y dijo:

—Hola, humano feliz.

Mateo sonrió. Con mucho cuidado, usó una cucharita como ascensor para devolverla a su almohada.


Desde ese día, dejó siempre una miga de pan y una gotita de miel en la esquina de la almohada. Sabía que allí vivía alguien especial. Y antes de dormir, susurraba:

—Buenas noches, pequeña amiga.

Y Lina, desde su rincón tibio y lleno de amor, respondía bajito:

—Buenas noches, Mateo. Gracias por cuidar mi hogar.

 

Moraleja:

"El amor y la alegría se contagian. A veces, los corazones más pequeños tienen la risa más grande. Respetar a los seres diminutos, como los insectos, también es una forma de cuidar la vida. Y cuando un niño ama, incluso una hormiguita puede ser la más feliz del mundo."

 
 
 

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Kik Garzia
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Amo el Sushi y el Café ,
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© 2035 por Kik Garzia

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