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El Maguey que Creció en el Árbol

  • Writer: Kik Garzia
    Kik Garzia
  • May 17
  • 2 min read

En el patio de una escuelita alegre, donde los niños reían, jugaban y aprendían canciones con palmas, había un árbol muy, muy alto. Era un ahuehuete viejo y sabio, de tronco ancho y ramas como brazos que abrazaban el cielo. Pero lo más curioso de ese árbol era que, entre una de sus ramas más altas… crecía un maguey.


Sí, un maguey. De hojas gruesas y verdes, con espinas pequeñas en sus bordes y una hermosa flor en su centro, como una corona que saludaba al sol.


Todos los días, las aves del lugar lo visitaban. Los colibríes, los jilgueros y hasta un cuervo curioso llegaban a posarse cerca y conversaban con él.


—¿Cómo es que estás aquí arriba? —le preguntó un zenzontle mientras le picoteaba una hoja con respeto—. Los magueyes crecen en la tierra, entre piedras y cactus. ¡Tú estás volando entre ramas!


El maguey, que aún era joven pero muy sabio, respondía con una sonrisa de luz:

—No lo sé, amigo. Tal vez el viento me dejó caer aquí cuando era solo una semilla. O tal vez tenía que crecer más cerca del cielo para ver el mundo desde otra mirada.


El maguey era diferente, sí. Pero su corazón estaba lleno de historias. Cada flor que nacía en su cuerpo era visitada por colibríes que bebían su néctar. Sus hojas daban sombra a los nidos, y en las noches contaba cuentos a los búhos pequeños que aún no sabían volar.


Un día, una paloma muy vieja dijo:

—Tal vez tú naciste aquí arriba para enseñarnos que no hay un solo lugar para florecer. Que cada vida es especial, aunque no siga las mismas raíces.

Todos los pájaros estuvieron de acuerdo, y el maguey se sintió feliz.


Los niños de la escuela comenzaron a notar algo extraño creciendo en el árbol. Al principio pensaron que era una piña gigante o una planta marciana. Pero su maestra, que sabía mucho de la naturaleza, exclamó con asombro:

—¡Es un maguey! ¡Y está creciendo en lo alto del ahuehuete!


Los niños lo bautizaron como "Magueyito del Arbol", y desde entonces, lo cuidaban con cariño. Cada recreo, subían sus miradas para saludarlo, y algunos dibujaban su figura en sus libretas.


El maguey, desde lo alto, los miraba jugar, reír, crecer… y eso lo hacía florecer aún más.

Un día de primavera, el maguey abrió su flor más grande, una flor dorada que brillaba como un solcito entre las ramas. Las aves cantaron, los niños aplaudieron, y hasta el viento se detuvo un momento para admirarla.


Fue su regalo para el mundo. Su manera de decir: "Estoy feliz de estar aquí. Soy diferente, pero tengo un lugar. Y desde aquí, también puedo dar vida, sombra y belleza."


El maguey vivió muchos años en lo alto del árbol. Nunca quiso estar en otro sitio, porque había aprendido que uno puede echar raíces en lo más inesperado… y florecer igualmente.


Moraleja:

"Cada ser es único, y eso es lo que nos hace especiales. No importa dónde nacemos ni cuán distintos seamos: todos tenemos algo hermoso que ofrecer. Cuida la naturaleza, respeta tu entorno y recuerda que la felicidad florece cuando aceptas quién eres y compartes lo que llevas dentro."

 
 
 

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Kik Garzia
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© 2035 por Kik Garzia

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